Siempre he sido una criatura de aire, ensoñadora, de esas que miran hacia arriba todo el tiempo, de las que pasan horas mirando las estrellas, tal vez a la espera de un mensaje astral, de esos que pasan fugaces. Soy de las que sienten el llamando de las aves y del viento, de esas que residen en su imaginación. Desde niña quise poder volar, me negaba a creer que era imposible y mis historias favoritas eran las de las hadas quienes con su polvo mágico le obsequiaban a los niños el poder de volar. Encriptado dentro de mi nombre está la palabra aire.
Conforme fui creciendo, el elemento que tomó en mí más fuerza fue el del fuego. Necesitaba una herramienta efectiva que me apoyara a materializar mis sueños y los anhelos de mi corazón. Mi cuerpo material se hizo de fuego. De pronto, era esta energía lo que me impulsaba hacia delante, quería hacer y hacer, y no sabía cómo parar. Cuando alcanzaba un sueño, iba por otro. Pitta exacerbado, me dijeron. Y aunque ese fuego, junto con el aire, son parte de mí, son mi esencia, la practica de yoga me motivó a fluir y soltar, y a conectar con otro elemento.
En la búsqueda de balance comprendí que no podía descuidar mi agua. Dediqué varios años a trabajar con este elemento, a repararlo dentro de mí. El agua es fascinante porque alimenta la creatividad, y esta, junto con mi aire y mi fuego hacen cosas maravillosas. Fui entonces por otro sueño, uno que tenía que ver con las montañas altas. Tales fueron el esfuerzo, la entrega y la dedicación que le invertí al proyecto que mi cuerpo olvidó cómo se hacía para dormir. Esta dragona de fuego pensó que se podía seguir al mismo ritmo, hasta que su sistema inmune no pudo batallar como siempre lo hacía.
El ser en su eterna sabiduría sabe lo que necesita. Supe que me faltaba la tierra. Y la vida en su amoroso fluir de oportunidades me brindó la de tomar una formación para profesores de yoga con Sacred Self School. Este proceso me trajo pronto una invitación a buscar balance a través de las posturas de pie, las posturas de tierra. Esas posturas que nunca consideré retadoras porque las estaba haciendo desde el aire. Aprendí no solo que había mucho agni en las posturas de pie, pero más que todo y por fin, aprendí lo que era la fuerza indiscutible de la tierra. Dos días después de ascender a una de las montañas más difíciles de mi vida, en el sentido literal, con los cuádriceps adoloridos, hice mi primer Virabhadrasana II bajo la instrucción de Luana Fara, y ahí puedo decir que experimenté por primera vez la verdadera estabilidad, la estructura y la solidez de la tierra en un asana. Y me enamoré de la energía de la tierra.
Yo tenía años de saber que sin tierra no hay balance, pero algo muy diferente es realmente experimentar esa tierra en carne propia. Mi práctica de yoga se está transformando, al igual que mi cuerpo, el cual va ganando poder y soporte a nivel muscular que nunca había conocido. Jamás imaginé que Tadasana, la humilde y sencilla postura de la montaña, pudiera enseñarme tantísimo, empezando por la alineación de mi cuerpo físico. Yo amaba las montañas, amaba llegar a su cima tal vez porque así estaba más cerca del cielo, pero no había interiorizado la verdadera esencia de las montañas. Yo amaba caminar descalza sobre la Pachamana pero no me había permitido echar raíces.
Durante las clases de la formación, varias veces se me han salido las lágrimas en posturas de pie, posturas que jamás pensé me moverían tanto a nivel emocional. Encontré magia pura en las acciones de Utkkatasana, la postura poderosa, en ella logré mantenerme en pie a pesar de sentir que tanto mi cuerpo como mis emociones se derretían en el esfuerzo. Me sentí como de regreso en casa, en una casa donde tenía muchísimo tiempo de no haber estado. Y me pregunté, ¿por qué? ¿Por qué me desconecté de esta casa si aquí me siento sostenida y nutrida? Sin tierra no hay carbón para mi fuego, no hay descanso para mi vuelo. Soy una Garuda que no conoce la palabra miedo, pero también quiero ser Vrksa, quiero ser árbol enraizado, porque solo así se puede crecer hacia lo alto.
Mentalmente me he sentido presente durante este caminar en las asanas de tierra. Enfocada. Algo difícil para la mente de una criatura de aire. Comprendiendo que los procesos se hacen paso a paso y no volando por la ramas aleatoriamente. Y de nuevo la vida, en su constante trabajo de maestra, me da una enseñanza más. Estas palabras las escribo mientras me recupero de una lesión en el tobillo. Muy curiosa la sincronía porque justo con las posturas de tierra y gracias a Luana, empecé a dejar de ignorar lo flexibles, y por ende inestables, que son mis tobillos.
Me queda camino por recorrer en esta eterna búsqueda de balance, y con este reciente percance reconozco que si me permitiera habitar más la tierra esto no hubiese pasado. Pero lo hermoso del caminar en consciencia es que puedo ver aprendizaje en todo. La vida me está dando la oportunidad de conectar con la quietud que de otro modo no lo hubiera hecho. Me doy cuenta de lo mucho que me muevo, para allá y para acá, ahora que moverme es todo un reto. Y estoy en paz. En otro momento hubiese estado muy enojada con la situación, pero ahora, la tierra me dice que todo está bien. Es una oportunidad para que mi cuerpo descanse, para enfocarme en lo de adentro, en mi espíritu.
Los sueños están ahí, me siguen esperando, pero ahora tengo una herramienta más para accionar de la mejor manera posible. Ahora sé cómo anclarme y me siento más fuerte que nunca. Los últimos meses han sido ricos en aprendizaje. Siento una enorme gratitud y me emociona esta nueva vida en balance, con estructura, llena de confianza, de la mano con la sabiduría de las montañas. Mi corazón se abre con ilusión al aprendizaje que viene para mí.
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